Cuando hay un partido de Chile, sobre todo en las zonas céntricas, se nota. Se escucha cada gol, cada ‘casi gol’, cada ‘qué cobró’. Excepto anoche. Y es porque asistí a la mayor fiesta de este lado de Plaza Italia en De Pablo a Violeta, el secreto mejor guardado de la ciudad.
A este lugar no llegas por casualidad. No vas pasando por afuera, te tinca y entras tomar un traguito. Solo se va por reserva, porque no solo tienen todo fresco (literalmente van al mercado todos los días y preparan todo horas antes de la velada), si no porque se trata de un evento. es como si te invitaran a una fiesta, pero bien armadita. Debes llegar a cierta hora, para estar presente en todas las etapas y disfrutar de una a otra sin saltarse nada. Es, como contaban ellos mismos, una experiencia.
Zomato me invitó a un meetup en este nuevo recinto que ganó un proyecto para remozar esta casona de los años 20 que se encontraba completamente abadonada. Y el proyecto era lo que los gringos llaman un ‘dinner and show’, o sea, entretenimiento mientras comen. Pero no piensen que es como el Bali Hai, donde uno va, se toma algo, ve obligatoriamente los shows, preguntándose cuándo podrá comer, los tipos salen, hacen lo suyo y se van. Esto es una experiencia, donde siempre siempre hay interacción entre los artistas y su público. Te hablan, bailan contigo, conversan, no evitan tu mirada, te invitan con su entusiasmo a celebrar una verdadera fiesta de la chilenidad.
Llegué tempranísimo a este meetup, porque trabajo muy cerca (y eso que me fui caminando lentito), y me recibió un administrador que me ofreció al tiro algo de beber, y mientras mirábamos el cordero al palo que se terminaba de asar en el patio central, comenzó a contarme la historia de la casa, del proyecto, y sobre cómo manejaban el frescor de la comida y el tema de las reservas. Fue muy interesante, porque me fui dando cuenta de que esto no era como nada que yo conociera, al menos.
Comenzó a llegar más gente, tanto invitados de Zomato, como gente que había hecho sus reservas. Entre ellos se encontraba un periodista australiano que viaja por el mundo y escribe acerca de sus experiencias culinarias en derroteros como nuestro terruño nacional. Mish.
La idea de este meet fue bien distinta esta vez, porque terminamos todos mezclados, como una verdadera fiesta, en vez de quedarnos en una íntima mesa, hablando de comida. Tuve una conversación muy buena onda con un grupo de artistas, y fueron amistosos hasta el fin. Me explicaban que su idea era hacer que el público asistente se sintiera parte del espectáculo, que se generara un ambiente que invite a ponerle weno y divertirse. Por cierto, el destacado actor Daniel Muñoz está a cargo de la parte artística, lo cual le da un plus.
Ellos de verdad participan como si amaran estar ahí, cantando, bailando, armando la fiesta, se nota que aman lo que hacen y eso se transmite en todo momento. hasta yo que no soy de fiestas me entusiasmé y lo pasé genial.
Mientras llega la gente y conversa, se sirvió un cocktail en donde no hubo que perseguir mozos ni moverse estratégicamente para conseguir un canapé. Acá nadie se quedó sin, y hasta repeticiones hubo. Comí ceviche, ostras en su conchita fresquísimas, mini sopaipillas con pebre y un topping de cordero, empanaditas de mechada, cubitos de arrollado huaso, etc. Chile en formato cocktail.
Para beber había borgoña, terremoto, vino, bebidas y jugo. Y la barra es abierta, ojo 😉
Luego se recitó un brindis en forma de paya para recibirlos a todos, y pasamos a la primera sala, donde tocaron cuecas, y se sacó público a bailar. Unidos por un hilo invisible, pasamos nuevamente al patio a ver otra demostración de música y baile, esta vez con acordeones, guitarra y tambores. El recorrido del show completo cubre todo Chile! Era rico poder estar tan cerca, viéndolos tocar y bailar, poder ver sus expresiones, sentir esa energía.
Luego, usando el mismo pitito que usan los afiladores de cuchillo (sonido metido en la psique de cualquiera que haya crecido en Chile), nos llevaron cual señuelo al salón principal, donde la mesa estaba servida. Dos chicas vestidas de palomita (aquellas mujeres de blanco que venden pastelitos en un canasto al costado de las carreteras) nos recibieron con maní al merkén, en los tradicionales cartuchitos de maní tostado.
Luego una de ella cantó una canción a capella con el afilador de cuchillos -no excenta de doble sentidos-, utilizando la máquina afiladora como único acompañamiento.
Ahí comienza el show en el escenario, un recorrido que nos llevó a Valparaíso, mientras disfrutábamos una entrada de tártaro de centolla austral con cebollitas, berros y espárragos. Muy bien el tartarito, lástima que odio los espárragos.
Luego se podía elegir entre tres opciones de fondo: cordero magallánico (el mismo que estaba en el patio) con papas chilotas y tomate asado, caldillo de congrio nerudiano o chupe de centolla en librillo de greda, gratinado en parmesano.
Varios nos decantamos por el cordero, será que el olor en el patio nos tenía locos. Salí mega ahumada, pero para mí eso es como Axe y no me importa.
Ahí se abre otra etapa del show, donde pudimos ver música mapuche, lo cual es raro de pillar. Como un acto de amistad, la música mapuche se convierte en música de Rapa Nui. Pero no era esa canción penca del sau sau o Rapa Nui mi amor o como sea que se llame esa tontera. Era música pascuense real. Y nada de niñas vestidas pa’l show, con tocados de plumas y sostenes de coco. Me encantó. Incluso uno de ellas hizo el juego de las cunitas con un cordel, el mismo que jugábamos en el colegio y que se practicaba en varias islas del Pacífico.
En el interludio llegaron los platos. Disfruté el mío bastante, pero el cordero lamentablemente no me mató; por eso no opto mucho por comer cordero, pero es que el olor es lo que creo que nos mató a todos los que lo pedimos. Pero era un plato muy contundente y bien presentado.
Mientras servían los postres, recorrimos el norte y la zona altiplánica, a medida que disfrutábamos de una degustación de peras al vino tinto con merengue (fuerte, pero rico), mote con huesillo (que nunca me ha gustado en la vida, pero acá me pareció agradable), leche asada con arándanos y una masita milhojienta cn un gusto anaranjado que me encantó.
Todo el show finaliza con un carnaval entre las mesas, que invita nuevamente al patio para disfrutar un bajativo (navegado o auraucano) y seguir bailando, unirse al trencito o hacer sobremesa. Me retiré tempranito porque otra zomatera que conocí en mi mesa que me cayó bien, estaba preocupada que no agarraríamos taxi, e íbamos al mismo barrio. Yo también estaba preocupadilla porque era tarde, había ganado Chile a Brasil, y yo andaba con zapatos incomodos pero bellos (consejo de vida: nunca se pongan nada con lo cual no puedan huir de alguien)
Qué lugar más ideal para traer a alguien que no conozca nada de Chile y quiera verlo todo en poco tiempo, además de quedarse con la buena sensación de un pueblo amistoso (aunque no siempre nos portemos así)
Lo pasé muy bien y algún día me gustaría repetir esta experiencia.
Dónde: De Pablo a Violeta, Purísima 251, Bellavista, Santiago
Precio: 124.000 para dos personas, con reserva previa