La Última Frontera salió elegida la cuarta mejor picá de Chile. Obvio que al hacerse conocida, pierde en realidad su condición de picá, pero no vamo’ a entrar en la polémica de nuevo. La comía seguía siendo rica, la porción abundante, el precio más o menos correcto, todos atributos que siguen siendo más que recomendables.
El local tiene un concepto de slow food, o sea paciencia esperando, porque todo se hace a la minuta, pero sale raudo y fresquito.
La comida incluye gran variedad de tablas, sopas y bebestibles, todo con una onda entre lo tradicional y lo moderno, pero sin mayores pretensiones que mostrar comida muy rica y francamente chanchesca. Pero la especialidad es una muy amplia carta de sánguches, con curiosos nombres como los de vacuno Old Boy, Barros Lata y Zappa. Pero nadie ha vivido hasta que se pide un Huevos a la ranchera recargados ($6.000), una montaña de bistecs, cebolla y pimentón salteados, tocino frito en cantidades ridículas, tomate, ají, y como si fuera poco, dos huevos fritos desbordándose bajo el pan frica. Ninguna descripción alguna vez hizo tanto honor a un nombre. Difícil de comer, pero exquisito.
Es bien mexicano, con su mezcla de verduras y ají, y bien chancho con su tocino, carne y bueviros de campo. Al Nenuco le recordó los abundantes desayunos ingleses de su padre.
También hay variedad de sánguches de pollo, vegetarianos y tradicionales, y lo más notable, de mar, como lo fue el Hi-Bass ($6.300), con carnecita de jaiba, mayo, aceitunas, pickles y lechuga; más manejable que su contraparte cárnica, me recuerda al lobster roll. La jaiba estaba bien rica, pero ojo con las ‘conchitas’.
Fresco, una opción un tanto más light, con una mezcla de sabores en función de la jaiba, donde el pepinillo no se come al resto del sandwich con su agridulzura. Ojo, con cada bocado, añadan un poco de limoncito, para resaltar la jaiba. Me lo agradecen después, acepto gift cards de Forever 41.
Pero si bien son conocidos por sánguches tan gigantes que nos tuvimos que llevar la mitad para la cena, lo que más recomiendo probar acá es el Ajiaco ($4.900), un bowl de belleza, abundante en todo, con ene cilantro, que me recordó al pho vietnamita. Esta es la verdadera comfort food. Estoy acostumbrada a que este tipo de plato sea «comida de guagua» -pura papa-, pero acá hay escasas papas y montones de carne, zanahoria, cebolla y morrón. Esto sí que levanta muertos y es ideal cuando llueve, que convengamos en Valdivia no es poco.
Nos gustó todo lo comido este viaje, pero este ajiaco nos dio vida y es lo que más recomiendo probar en Valdivia, he dicho.
La ambientación es entre sureña y mezclemos un montón de cosas y elementos vintage, y resulta cálida y entretenida.

Un Mampato dedicado, cortesía del Oskar Vega. Sorry la foto cuma, no la tomé yo.

Esta foto cuma sí la tomé yo. No sé por qué tan blurry, yo creo que tenía sed.
Pedimos leche con plátano y con frutilla -no había con palta, buuuu- ($2.500 c/u), y son gigantes. Rica la de plátano. Y la de frutilla, exquisita como un bavarois batido.
Sirven además pancito con pebre oreganado SUPER picante, pero exquisito (menos mal pedimos leche), y además te traen una salsita de ají puta madre.
Demás decir que vengan con hambre real.
Dónde: La Última Frontera, Vicente Pérez Rosales 787, Valdivia
Precio: $18.000-$23.000 por dos personas, pero da pa almuerzo y cena